jueves, 8 de noviembre de 2018

La historia de Wangari Maathai. "PLANTANDO ÁRBOLES EN KENIA", un cuento de Claire A. Nivola

     Muy cerca de España existe un enorme continente llamado África y en él un hermoso país llamado Kenia. En una de las muchas granjas dispersas por todo el territorio nació y se crió la niña Wangari Maathai rodeada de colinas revestidas con un manto verde y multitud de árboles y arroyos de aguas cristalinas repletos de peces.
Wangari aprendió de sus mayores que la higuera era un árbol sagrado al que había que respetar al igual que a los centelleantes huevos de rana que encontraba en los arroyos.
     Al crecer viajó a Estados Unidos a estudiar biología, la ciencia de los seres vivos, y allí conoció a personas que le enseñaron a pensar en hacer un mundo mejor ¡Que impaciente estaba por volver a Kenia!
     Transcurrieron 5 años antes de que Wangari regresara a su granja y encontrara que la mayoría de los árboles habían desaparecido y el arroyo se había secado. Las familias ya no cultivaban lo necesario para alimentarse, en su lugar solo cultivaban enormes cantidades de té para vender a otros países, empobreciéndolos aún más, por lo que muchos se encontraban débiles y enfermos.
     Se habían cortado tantos árboles para ganar espacio para el cultivo del té que los bosques habían desaparecido, las vacas y las cabras no tenían que comer y las mujeres y los niños debían caminar cada vez más distancias en busca de leña para cocinar o calentar la casa. Con cada tala quedaban menos árboles y gran parte del país estaba tan pelado como un desierto.
     Sin árboles no había raíces que retuvieran el suelo. Sin árboles no había sombra. Lo que antes era un manto verde ahora era una capa de polvo árido que el viento dispersaba y la lluvia arrastraba hasta los arroyos y ríos para convertirlos en un  lodazal.
  -  No tenemos agua para beber ni leña para cocinar y nuestras cabras y vacas no tienen hierba que comer y no dan leche. Nuestros niños tienen hambre y somos más pobres que antes. Wangari tuvo una idea. Parecía simple, pero era una gran idea.
 - ¿Por qué no plantamos árboles? Les mostró cómo recoger las semillas de los pocos árboles que quedaban, cómo abonar el suelo y regarlos, como hacer un hoyo con un palo para introducir la semilla, y sobre todo a cuidar de los plantones, como si fueran bebés, regándolos 2 veces al día para que crecieran fuertes.
     El agua siempre era difícil de conseguir. Cavaban un profundo agujero con las manos, se metían dentro para poder sacar el agua con cubos. Muchos de los primeros plantones murieron, pero Wangari enseñó a las demás a no darse por vencidas.
    Muchas de las mujeres no sabían leer ni escribir. Eran madres y granjeras y nadie las tomaba en serio. Aun así ellas estaban dispuestas a cambiar sus propias vidas.
     Había que trabajar duro, pero las mujeres se sentían orgullosas. Ahora, cuando cortaban un árbol, plantaban dos. Crecieron los bosques de nuevo.       Las huertas producían mejores alimentos y todos ellos se encontraban más fuertes. Los hombres al ver lo que hacían las mujeres, sintieron admiración por ellas y se  les unieron.
Wangari distribuyó plantones en las escuelas y enseñó a los alumnos a hacer sus propios viveros.
     Dio plantones a los reclusos de las cárceles e incluso a los soldados, y les dijo que llevaran el arma en una mano y un plantón en la otra. Así serian buenos soldados.




     Han transcurrido 30 años y Wangari, junto a las mujeres y hombres de su país, han logrado plantar 30 millones de árboles y la plantación aún continua. Porque como decía Wangari “Cuando el suelo está desprotegido, está pidiendo ayuda, está desnudo y necesita que le vistan. Es la naturaleza del país. Necesita color, necesita su manto verde”.